sábado, 25 de abril de 2009
Así comienza "La risa de las mujeres muertas"
La guitarra trenzaba una melodía lenta y serena, acompañada por un suave batir de violines, una música que se adueña de los jardines del Alcázar de Sevilla, convertidos en teatro de conciertos al aire libre. El solo de guitarra llega a abarcar todo cuanto existe, árboles, noche, brisa, naves, palabras, cuerpos, deseos, la humedad del río cercano y acaso también las canciones más tristes de este mundo. El público escucha el andante conteniendo la respiración. De pronto la voz de la guitarra se detiene, y durante un breve instante un silencio absoluto lo domina todo, hasta que la orquesta en pleno sobrecoge al auditorio con uno de los pasajes más bellos y briosos de la Romanza, y por tanto uno de los momentos cumbres del “Concertino” de Salvador Bacarisse. Sólo entonces pudo relajarse durante unos segundos Julio Pretel, y respirar hondo, a pleno pulmón. Intentó escrutar los rostros del público, al menos los de los espectadores de la primera fila, pero fue en vano. Los focos lo deslumbraban, y sólo si se esforzaba mucho lograba divisar confusamente una hilera de fantasmas sentados, con caras desdibujadas y amorfas, lo que le causó una repentina inquietud al revivir un sueño que en los últimos tiempos se había hecho repetitivo e insistente: él tocaba una pieza, solo en mitad de un escenario, y al terminar no sonaban las palmas, ni siquiera unos tímidos aplausos de cortesía; entonces se daba cuenta, al principio con incredulidad, después con aterrada certeza, de que todos los espectadores estaban muertos, algunos parecían simplemente dormidos, pues la muerte no había tenido aún tiempo de injuriarlos, pero otros en cambio mostraban los avances de los gusanos devoradores, la papilla verdosa de la putrefacción manando por narices y bocas… Y era entonces cuando una vahada de hedor, un viento de muerte lo golpeaba y sobrecogía. Se despertaba asustado en medio de la noche, jadeando y con el corazón golpeándole el pecho como un martillo.
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1 comentario:
Muy buena obra. Consigues perfectamente que el lector sea cada uno de los personajes, a la vez que con el juego de los tiempos narrativos, llegas a resolver los entresijos ocultos y olvidados, sin llegar a la contradicción.
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